Emocionarse en una boda es algo muy fácil y muy difícil a un tiempo. Hablamos desde nuestra perspectiva, la de fotógrafos. En cualquier momento puedes estar buscando el encuadre perfecto, corrigiendo la luz, enfocando, y de pronto una frase te cae como una losa en el pecho. Miras por el visor, ves una lágrima que cae, y disparas mientras a ti te cae otra rodando mejilla abajo.
Eso es lo fácil.
Lo difícil viene cuando tienes que seguir realizando tu trabajo con la misma profesionalidad, dejando las emociones a un lado. Y resulta que esas emociones se te han pegado al alma como si fueran tuyas, como si en algún momento hubieras compartido esas vivencias. Y por supuesto, sigues encuadrando, enfocando y disparando con la misma profesionalidad que tampoco se te puede caer como si fuera una hoja caduca. Pero esas emociones se vienen contigo.
Y ahí termina lo difícil y comienza lo hermoso.
Porque cuando vuelves a visualizar ese reportaje, cuando llegas a esos momentos, vuelves a sentirlos tan vivos y lúcidos como en el momento del disparo. Y no hay nada más cercano a viajar en el tiempo.
Por eso, entre otras muchas cosas, estamos enamorados de esta profesión.